La pasada pandemia supuso una clara advertencia: las cadenas de suministros de las que depende la economía son frágiles, cada vez más importantes para todo tipo de industrias y productos, lo es muchísimo más debido a su fortísima concentración en muy pocos países.
Así, a paradas en la producción de factorías de automóviles y de otros productos, fueron varios los gobiernos que se lanzaron a una loca carrera por lograr que los pocos actores importantes en la producción de chips avanzados se expandiesen construyendo plantas de fabricación de semiconductores, las conocidas como
fabs, que permitiesen asegurar el suministro de chips a su industria en caso de disrupciones derivadas de cualquier fenómeno, bien fuese otra pandemia, un posible desastre natural o un hipotético conflicto geopolítico.
Para compañías como TSMC, que concentra entre el 80% y el 90% de la producción de chips avanzados (por debajo de los 8 nanómetros) del mundo; o Samsung, que lidera la producción de chips de memoria y posee una de las pocas plantas de producción capaces de producir chips por debajo de 8 nanómetros, comenzó una fuerte presión para que abriesen nuevas plantas de producción en otros países, todo ello encuadrado en un entorno geopolítico de fortísima presión y sanciones para evitar que los chips que fabricasen pudiesen terminar llegando eventualmente a China.