Por si fuera poco moldear unos personajes interesantes, ricos en matices y con una evolución coherente, y articular una narrativa ágil, interesante y dramática que emocione al público y le mantenga pegado a la pantalla durante un par de horas, el equipo responsable de la creación de un film debe esforzarse por dar coherencia al mundo en el que se ambienta. Algo que pasa por los detalles, a priori, más insignificantes.
Hablar de universos tan particulares como el que el director Peter Weir y el guionista Andrew Niccol diseñaron en 'El show de Truman' es hacerlo maquinarias integradas por infinidad de piezas perfectamente engrasadas que giran de forma inexorable en una única dirección. En este caso, esta no era otra que describir la peculiar vida del personaje titular, que ha permanecido toda su vida siendo el protagonista de un reatlity rodado en un plató gigantesco aunque no todo lo que debería p>
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Lejos de desvelar este inolvidable giro a golpe de exposición condensada en una escena, Weir, Niccol y el resto del equipo el diseño de producción es memorable optaron por dosificar la información que conducía a la revelación con pequeñas semillas plantadas en diferentes momentos.