Decía
Francisco Ibáñez que su vida no era como la del pícaro del
Gran Manuel Vázquez y otros artistas y dibujantes cuyas aventuras más allá del papel daban para un biopic. O dos. Pero eso no quiere decir que fuese un tipo aburrido: el papá de
Mortadelo y
Filemón irradiaba talento y  humor. Elementos que hacen que
Paris 2024, su álbum 222 sea tanto el fin de una era como una visita privilegiada a la mesa de dibujo del maestro. A la elaboración de sus guiones. A su manera de ver el mundo a través del humor.
Porque para Ibáñez la única manera de tener controladas sus dudas, que eran muchas y muy divertidas, era pasarse los días dándole al lápiz y a la máquina de escribir. Creando nuevas historias para sus personajes. Mejor dicho, para sus lectores. Dejándonos una última historia protagonizada por los agentes de la T.I.A. cuyas páginas impregnadas en genialidad -en lugar de tinta- no merecían quedarse encerradas en una carpeta. Ibáñez no lo hubiese querido así.
Y es que durante sesenta y cinco años, y con más de 12,000 páginas publicadas, el mejor historietista español de todos los tiempos mantuvo un compromiso intachable con los fans de sus patosos y entrañables superagentes. No solo era un mago del humor, sino que fue inquebrantable en lo profesional. Regresando con cada nuevo mundial de fútbol, lanzándose sin red hacia la actualidad política y llevando cada acontecimiento o moda hacia su mundo de picaresca.