En noviembre de 2020, cuando se cumplió un año del anuncio del abandono del Acuerdo de
París en la primera legislatura de
Donald Trump y, por tanto, se hizo efectiva su salida, publiqué un artículo, «El Acuerdo de
París como síntoma«, en el que examinaba la gestión del presidente poco antes de su salida de la
Casa Blanca, en el que dejé bien claras mis opiniones sobre el tema.
Desgraciadamente, los Estados Unidos han cometido el error de volver a llevar a la
Casa Blanca a este mismo personaje en versión reforzada, y dentro del paquete de órdenes ejecutivas que ha firmado el primer día de su investidura, una de ellas vuelve a ser la salida de los Estados Unidos del Acuerdo de
París, con todo lo que ello conlleva. Además, ha retirado todo el apoyo de la administración al desarrollo del mercado del vehículo eléctrico, ha anunciado que eliminará además las inversiones públicas para el crecimiento de la red de cargadores, y como ya hizo en 2020, ha relajado los requerimientos sobre las emisiones contaminantes de los vehículos.
Todo esto es una verdadera desgracia, no tiene otro nombre. Agregar el negacionismo climático más radical, extremo y acientífico al gobierno del país más contaminante del mundo sitúa a los Estados Unidos como a un país enemigo, que rema en dirección contraria al resto del mundo, que torpedea completamente el proyecto de conseguir superar el reto más relevante que tenemos como especie.