En cada escena y cada paso, parece como si 'Emilia Pérez' quisiera enfrentarse, in crescendo, al cine que se hace en nuestros tiempos, a la industria que tan aprendidas tiene, de un tiempo a esta parte, las inexorables líneas que marcan el éxito. Y por cada norma no escrita del blockbuster,
Jacques Audiard responde haciendo exactamente lo contrario. De alguna manera, se ha asegurado, desde su propia concepción, de hacer el film menos algorítmica posible. Y el resultado es fascinante: apartar la mirada de cada una de sus escenas es imposible. Porque 'Emilia Pérez' no debería funcionar. Pero lo hace. Y de qué manera.
Partamos por algo muy obvio que, expulsará a gran parte del público: 'Emilia Pérez' es un musical, y no tiene ninguna intención de pedir perdón al respecto. Desde el minuto uno, Zoe Saldaña marca la pauta del resto de el film con unas canciones extrañas, que tratan de temas imposibles (ese tema sobre las vaginoplastias) imposibles de tararear, repletas de sonidos que se entremezclan, coreografías de Broadway imposibles, rimas asonantes (y en ocasiones ni eso), monólogos al estilo 'Hamilton' y solos que romperían el corazón a cualquiera. El filme no intenta ocultar su condición: para que la historia funcione, de alguna extraña manera casi mágica, tiene que ser un musical sí o sí.
Y reconozco que a mí también me extrañaba la propuesta antes de entrar.