Soy una de esas personas que pueden ver cómo masacran, mutilan y ejecutan a infinidad de seres humanos en una obra de ficción sin arquear siquiera una ceja en un gesto de desaprobación, pero la cosa cambia cuando un personaje hace esto a algún peludo, ya sea un perrete o un gatete. Ahí, lo que sucede en pantalla pasa a ser algo personal.