Hubo un tiempo en el que podías poner al boxeador Mike Tyson en los videojuegos casi, casi sin su permiso, al menos mientras sus representantes legales no se enteraran, y aquello no era un caso aislado: las barreras entre el tributo a iconos conocidos y las infracciones por copyright a nivel internacional no estaban tan definidas como ahora y los gráficos pixelados ayudaban a difuminar cualquier posible malentendido.