Perder a
David Lynch no es sólo perder a un director legendario, es ver cómo se marcha una nueva manera de definir el cine. Alguien que desde la deformación de las convenciones, de la imagen, del sonido y de las expectativas convertía la realidad es algo tan raro, turbio y maravillosamente absurdo que terminaba desbordando toda la humanidad posible. En sus mejores y peores facetas.
Su manera de abordar el arte hacía tangible aquello que escapa la comprensión, volviendo algo casi perceptible aquello que los sueños se habían encargado de hacer abstracto e imposible de capturar. Su muerte a los 78 años es una pérdida increíble, y nos obliga a recordar 3 de sus obras maestras totales.
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"Terciopelo azul" es la clase de película que sólo haces por dos causas: porque has salido quemado de hacer un blockbuster y quieres volver a hacer algo que signifique algo para ti, y porque hay una imagen que te lleva obsesionando toda la vida y quieres desplegar. En su caso, las perturbaciones y enigmas que habían debajo de la máscara perfecta que eran los suburbios americanos fueron la base sobre la que construyó un perfecto noir tan escalofriante como tristemente hermoso.