En un movimiento que muchos interpretaron en su momento como un cálculo despiadadamente pragmático, las grandes compañías tecnológicas y los más importantes fondos de capital riesgo decidieron respaldar a
Donald Trump durante su campaña electoral.
Su idea, era que un presidente con escaso bagaje político e intelectual y con una actitud despreciativa hacia la complejidad de la innovación resultaría fácil de dirigir: se le prometerían empleos y triunfos simbólicas a corto plazo, mientras las empresas y los inversores hacían lo que querían a sus anchas, impulsando sus proyectos de aceleración tecnocapitalista sin ningún tipo de controles ni contrapesos excesivos. Sin embargo, tal y como señala un interesante artículo en 404Media , «Big Tech Backed Trump For Acceleration. They Got a Decel President Instead«, el tiro salió espectacularmente por la culata.
Los ejemplos de la desastrosa gestión de la administración Trump se van multiplicando a medida que pasa el tiempo. Uno de los más visibles son las guerras comerciales, que lejos de estimular la competitividad y el crecimiento, se disponen a asfixiar a sectores clave como el de los semiconductores, cuando es evidente que incluso las excepciones propuestas resultan insuficientes frente a la vorágine de aranceles de Trump en su batalla contra China y otros países.