La vida a veces nos da lecciones de humildad inesperadas. Y es que ser el hombre más rico del planeta aunque ya veremos cuánto le dura el título con el hundimiento en bolsa de sus coches eléctricos y, no te libra de comerte un bulo del tamaño de la catedral de León y reaccionar pataleando como un quinceañero contrariado en la red social que has comprado con tu fortuna.