Cuando llegas a cierto punto de madurez emocional, llegas a una conclusión muy clara: tu yo de adolescente era un idiota bastante integral. Los habituales errores de juventud se miran con cierto pesar, considerándolos las causas de las insatisfacciones o inseguridades del presente, y pensamos en qué no daríamos por volver atrás y corregirlos.