Pocas cosas me ponen más de los nervios que una conversación sobre cine en la que termina apareciendo la inquietud de marras: ¿cuál es tu director favorito? Escuchar esa simple frase suele ponerme el cerebro al rojo vivo mientras una maraña de títulos y nombres propios circulan a toda velocidad por mi mente hasta que se detienen súbitamente cuando, como si de una máquina tragaperras se tratase, se alinean tres palabras: John Howard Carpenter.