Los límites de lo que se está dispuesto a ver en pantalla son enteramente personales, generando una disparidad entre perspectivas tan pronunciada que casi puede verse a la otra persona como un alienígena. Probablemente se han sentido así aquellos que retozan en el terror o la violencia más explícita y han tratado de explicarlo a gente que no quiere ni pensar que los filmes pueden llegar a esos extremos.